lunes, 3 de noviembre de 2008

El Santo Creyente


“Altar de tierra harás para mí,
Y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus pacíficos,
Tus ovejas y tus vacas:
En cualquier lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre,
“Vendré á ti, y te bendeciré”
Éxodo 20:24

Como ya hacía muchos años, tantos que ni siquiera él recordaba, Isidro Barreto se encargaba de hacer las rondas nocturnas de su vecindad, en el costado sur-occidental del primero ovalo que tuvo Bogotá, por ese entonces llamado cementerio universal, pero que con el pasar del tiempo y el acelerado crecimiento de la ciudad, sin darse cuenta, se encontró justo en su centro, rodeado ya no solo de árboles, artesanos del mármol y arreglos florales, sino de familias prestantes y bosques de piedra y cemento que daban anuncio de la entrada a una nueva época en Bogotá.

Isidro había visto desfilar por el callejón de los inmortales a un sin numero de próceres de la patria que tenían su terruño reservado, justo a la espalda de Kronos sobre una línea celestial que se extendía en dirección a la capilla que había sido construida por allá en 1839. Y aunque era uno de los más antiguos en el oficio del cuidado del Cementerio y por tal motivo habría podido elegir proteger otro de los 3 sectores en que por azar de una cruz se encuentra dividido el ovalo, nunca pensó tan siquiera resguardar a Santander padre de la patria y las conspiraciones, o a Silva el poeta suicida; ya que bien lo sabia él, en su terreno se encontraba el santo de santos el personaje más visitado del cementerio, el hombre de Bronce: don Leo.

Todos los lunes, justo cuando el reloj marca las 4 de la tarde y la romería de visitantes-creyentes es espantada por los pitos de los caballos de acero, Isidro retoma sus labores dejando para el final el altar de don Leo que como él bien lo sabe evoca las versiones modernas de “el pensador” esculpidas por Pierre Rodin, retoca sus flores, limpia su cabeza de la mierda de las palomas y le aplica paracetamol, un antibiótico de niños que se usa para controlar la otitis crónica de la cual sufre don Leo por recibir tantas babas al escuchar los pedidos a su oído. Luego de esto y sin que nadie lo vea, toma una de las oraciones que a veces dejan por descuidos sus creyentes, y le dice al oído: Dios todo poderoso por el alma de Sigifredo en acción de Gracias. Por todos los favores recibidos; por cuánto imploramos tus bendiciones he venido hasta aquí atraído por la confianza que inspiran tus devotos cuantos buscamos tu santa Protección y tú que vives en la morada del Señor tu Dios. Dios mío misericordioso que todo lo puedes y no dejas a ningún hijo tuyo sin su amparo, oh siervo escucha nuestros ruegos en su oído y se los comunique a Dios Todopedoroso y lleguen a la mansión celestial; Dios Mio.

Rezando luego tres padrenuestros, un Ave Maria y un Salve Isidro vuelve a su sitio pidiendo a Dios y a don Leo, como hace tanto tiempo que ya lo ha olvidado, que su familia también le traiga flores.