viernes, 26 de noviembre de 2010

Quinta Parada

En la quinta parada deje de mirar por la pequeña ventanita que me permitía observarlo todo a toda velocidad. Parques, casas, calles y nombres que de vez en vez hacen que recuerde por donde voy, junto a mí la silla está vacía, debe ser por la espalda grande que me gasto o el olor de días sin bañarme y el sudor de este calor que hace que mi cuerpo ande húmedo. Giró la cabeza por sobre mi hombro y cuento mentalmente cuantos pasajeros quedan aún. El primero va medio sorprendido pegado a la ventana, perplejo de ver corrientes, alicorada y alucinada. No pierde de vista ningún detalle, lleva una maleta grande que de seguro le pesará más cuando tenga que bajarse y la novedad pase por frente a sus ojos y todo se le vuelva costumbre. Un par de sillas atrás se encuentra otro, en una silla doble, que al contrario mío pareciera que esperara con ansiedad, como limpiando con suma delicadeza el asiento desocupado, preparándolo para algún compañero de ruta. A mis espaldas se encuentra una pareja, o bueno eso parecen él va serio pero tranquilo, ella, que le deja caer la mano por sobre la pierna, sonríe y le habla sin parar (en definitiva me gusta el silencio, esa forma tan propia de poder decírselo todo con apenas mirarse o mover los ojos). Paralelo a mí, al costado izquierdo el último pasajero que se toca los dedos y tiene un gesto como de andar pensando en mil cosas a la vez, ni siquiera mira por la ventana, ahora que lo pienso se parece a un gato con los ojos altivos me le quiero acercar a hablarle, pero no tengo tiempo está a punto de pasarse mi parada, este viaje acaba acá.