martes, 20 de noviembre de 2007

La trampa

Con delicadeza levantó las cartas de la mesa y fijó su mirada en el hombre alto y ancho que se encontraba frente a ella. Tenía la barba hirsuta y desordenada con nudos por doquier; el borde de los labios en el que crecía abundantemente pelo estaba lleno de comida, cerveza, y otros líquidos de imposible determinación, que daba un viso blancuzco y pegajoso a este sector de la cara. Se sonreía siniestramente al mirar con los pequeños ojos color café, la actitud de ella al coger las cartas.

Golpeó impacientemente la mesa, mientras ella observaba las cartas detenidamente. Miró los números, figuras, y pintas que tenía en la mano hizo cuentas y determino cuantas cartas necesitaba. Pidió dos tirando igual numero de cartas sobre la mesa. El repartidor las recogió y rápidamente saco de un dispensador, a su derecha, dos cartas tirándolas frente a ella. Varios curiosos observaban la escena con gran interés, algunos ya habían dado la vuelta alrededor de la mesa observando los juegos que tenia cada jugador en su mano, y comentaban posibles desenlaces a la partida.

La pequeña mujer observaba sus cartas con expresión atónita, como si no supiera para que sirvieran, empezó de nuevo a hacer cuentas y a cambiar de posición las cartas en su mano. Un hombre al lado de ella se estiraba el bigote en las puntas con gran excitación cada vez que la mujer movía las cartas. Se acercó lentamente al oido que se escondia tras el pelo liso y rubio de la palida señora.

- Debería usted dejarlas sobre la mesa, y levantar una punta de la carta, así puede evitar que otros observen su juego y pueda realizarse una trampa- aconsejó amablemente el señor de bigotes a la señora que parecía perder de antemano el juego con su poco adecuada actitud.

Enseguida el barbudo se levanto de la silla haciendo mover la mesa, botando un lingote de oro en el piso. La caída resonó por todo el lugar con un ruido metálico que sostenía una reproducción continua del mismo sonido, hasta finalmente desaparecer. En ese momento se escucho por fin lo que gritaba el hombre.

- Si vuelve a ayudar esa mujer lo mato en ese preciso instante. No voy permitir que se haga trampa en este juego. Cree que no vi que antes estaba detrás de mí intentando mirar las cartas. Yo lo observo todo, en el poker ni Dios me gana. De tal manera que si esta dama ha de ganar usted pagara con su vida por haberme hecho trampa.

El hombre se toco el bigote angustiosamente, apartándose de la mesa poco a poco, el barbudo inclino el vaso de cerveza y de un sorbo concluyo con lo que restaba del liquido, escupió en el piso y pidió que llenaran de nuevo el recipiente. Tomó asiento y observó a la señora que acomodaba sus gigantescas gafas a su pequeña nariz chata y terminada en una pequeña bola de la cual se sostenían.

- Apuesto mi resto que son tres lingotes de oro, y además le sumo este reloj de oro, también este pequeño diamante- dijo la gafufa arrastrando torpemente los lingotes al centro de la mesa y sacando del bolsillo los otros dos objetos mostrándolos al publico y a los otros dos sentados en la mesa. El barbudo abrió ligeramente los ojos apostando el también sus restos. El tallador pidió descubrir las cartas: la dama puso una a una sobre la mesa; primero una K seguida de dos más, además de un par de ases uno de tréboles y el otro de diamantes.

La sonrisa en la cara del hombre desapareció dando lugar a un gesto de estupefacción, miró sus cartas y las tiró hacia un rincón de la habitación junto el vaso de cerveza que se estrelló contra la pared rompiéndose; emitió una serie de sandeces y maldiciones de lo que solo se entendía que se había hecho trampa, repitiéndolo una y otra vez entre las incoherencias que decía. Brincaba de un lado para otro como un loco, jalandose el pelo y golpeando todo lo que le apareciera enfrente. La mujer acomodaba sus ganancias en su parte de la mesa. Alguien ya tomaba el puesto que habia dejado el barbudo poniendo varios lingote de oro y un puñado de diamantes sobre la mesa iniciandose nuevamente el juego. Mientras, el barbudo salía del lugar buscando al hombre de bigote.

lunes, 19 de noviembre de 2007

AUN NO TIENE TITULO, PERO ES LA PRIMERA PARTE

Aun recuerda el día en que decidió robar para sobrevivir, aquel 25 de diciembre cuando asesinó, tan solo por hambre. El mundo lo había arrojado hasta el extremo. Con el dinero del botín compró un traje nuevo, un corte de cabello nuevo, en fin, una nueva identidad para romperle la cara a la pobreza.

Al verse en el espejo oscuro de sus días decidió vivir del amor, recorrió cada esquina buscándolo desesperadamente, cada bar., cada mujer, pero nada.

Tomaba lo que necesitaba del amor de otros cuerpos, de otros corazones, de tal manera que a sus 29 años sentía que tan solo había logrado que otros vivieran del amor que el despertaba. Así parecía que iba terminar su vida hasta aquella noche….

Oculto bajo la gris cortina de humo que arrojaban sus labios en cada bocanada, buscaba la próxima mujer, el próximo amor, creía que ésta era la última oportunidad, de repente en la mesa de en frente, se encontraba la más estructural figura, la más perfecta belleza viviente, humeante, que jamás hubiera visto. Resulta curioso pero aquella noche sintió temor, miedo, un miedo parecido al que sintió cuando mató a aquel desafortunado, no era capaz de sostenerle la mirada, de repente aquellos ojos se empezaron a encontrar bajo el humo del cigarrillo que ambos expelían.

Hizo de tripas, páncreas, intestino, cerebro, un corazón para tan solo ponerse en píe acercarse a ella y si tenía suerte sentarse a su lado.
-hola….

Martillo, yunque y estribo estuvieron al borde del colapso, esa era la voz que quería escuchar en el lecho de muerte. Tenía las palabras, la actitud, pero algo inexplicable le ocurría: no podía pronunciar palabra alguna.

-hhooolaa…….

Sentía que era el hombre más afortunado de lo que conocemos como planeta tierra, porque aquella belleza exagerada de rostro perfecto y pechos deseables estaba con él sentada a su lado y preguntándole:

-¿te gusta el calor?

- En este instante no podría tener más calor, ni siquiera las llamas del infierno alcanzarían a quemarme tan solo un poco.

Por primera vez en toda la noche dejó ver por entre las esquinas de sus labios una sonrisa que pronosticaba la mejor de las suertes para nuestro amigo.

Ella, con la capacidad absorbente que suelen tener las mujeres atractivas empezó a enamorarlo con palabras simples, llenas de contradicciones, pero él hace tiempo que estaba enamorado de ella tan solo que no lo sabía, simplemente porque no la conocía.
Entre sonrisas, los cuerpos de ambos se encontraban cada vez más cerca, cosa que no le incomodaba a ella para nada.

Dejaron de hablar, todos los temas conocidos habían sido agotados, así que ella pidió la cuenta, y él en un acto consumado de estupidez le suplicó que le permitiera su compañía, a lo cual ella con un tono desesperanzado contesto:

-¿hasta donde quieres acompañarme?

-hasta el infierno si es preciso

-¿seguro?

-completamente

-está bien, vamos…

Lo llevó a caminar a las afueras de la ciudad, atravesaron las calles grises y los callejones oscuros, y él sin darse cuenta se encontraba parado en aquella esquina en donde decidió cometer su primer crimen. En aquella esquina ella lo tomó por la nuca, acercando su cabeza a la suya y de un momento a otro, sin más ni más, lo besó.

Aquel beso era como tomar una nube entre los dedos llevarla a la boca y probarla, así que el cerró sus ojos y tan solo celebró en silencio, el fin de su búsqueda interminable del amor, ella lo abrazó fuertemente, él correspondió, y juntos se fueron sumergiendo en el asfalto roto de la esquina. Al cabo de unos pocos minutos él empezó a sentir un calor interminable, insoportable, abrió los ojos pero no consiguió ver nada, tan solo sintió aquellos labios rojos en su oído susurrando: “lo siento, pero tenía que hacerlo”.

La culpa le recorría los huesos, así era cada vez que le entregaba un hombre al diablo, tan solo me faltan 2, pensó, y mi padre será nuevamente libre.

A lo lejos se escuchaban los acordes cansados de de Don Vidal Sorsa, quien había sido condenado a interpretar sin pausa todas las canciones conocidas por la conciencia humana.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Abandono

Bien sabiamos los dos que algún día iba llegar este momento en el que falsamente nos prometimos ser honestos. Pero esto no se trata de reclamos, solo de explicarle, como una reafirmación a mi mismo que hago lo correcto.
Con esta despedida lo único que aseguro es una ausencia, que no es más que una costumbre. Realmente no me despido de usted como persona, mal haría en creer que se trata de eso, perdón de usted.
En verdad de lo que me despido con cierta melancolia es de mi acostumbrado comportamiento ante usted, no me despido de su compañia, sino de mi placer al tenerla cerca y sentirla vulnerable, no me despido de sus besos, ni de sus brazos, ni de su cuerpo, sino más bien del cansancio de tocarla para hacerla creer que me tenía, no me despido de sus palabras, sino del aburrido zumbido que de a pocos comenzaba a ensordecerme.
Pensandolo mejor aunque si me despido de usted lo que realmente sucede no es más que otra bienvenida a mi otro abandonado a su suerte por creer idilicamente que era usted.

martes, 6 de noviembre de 2007

Los ojos son la ventana del alma.

Aun siendo cierto, Darling, que tu ni yo nos podamos conocer alguna vez totalmente, no puedo dejar de pensar (con cierta melancolía) que te conozco lo suficiente para saber que tu no me quieres. Que más da. Ya me importa poco ese asunto, o mejor me importa lo suficiente como para intentar matarte esta noche. Aunque si he de decirte la verdad ahora que miro por la ventana la noche, justo en el borde de tu cama, la encuentro un poco indecisa. Parece que fuera a llover, pero esta suficientemente despejado para no hacerlo. Sin embargo no hay viento que azote las ventanas de tu cuarto. Tú sabes como me determina el clima y mas en estos días de octubre... tan cerca tu cumpleaños. Me encuentro un poco indeciso, no se si pueda ya matarte, la determinación que tenía al trepar por el muro con el cuchillo en el bolsillo, dispuesto a degollarte, desapareció. No solo fue por cruzar la ventana y verte tan placidamente dormida, con tu pelo ondulado sobre la almohada, recogida en las cobijas en posición fetal... gimes entre sueños moviendo los labios en un movimiento espasmódico que linda con el dolor. No sabia que tuvieras sueños tan tristes, tampoco que durmieras tan profundamente y menos que tuvieras perro. Pobrecillo, te juro que no sufrió al cortarle la cabeza de un solo tajo. Darling no te imaginas cuanto te amo, ni como te ves de hermosa mientras duermes. Lo que más me gusta de ti son tus ojos, pero yacen ocultos bajo tus parpados. Se que cuando introduzca el cuchillo en tu cuello vas a abrirlos totalmente, mostrándomelos todos ellos, antes de que expires. No te preocupes me quedare con ellos, te prometo que los cuidare muy bien, ya lo veras, después de todo son tus ojos, perdón quiero decir: mis ojos.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Cinco Minutos

Tres paquetes de cigarrillos había fumado antes de que la enfermera saliera del consultorio llena de sangre.

-¿Esta bien? ¿Esta bien? ¡Oiga señorita! ¡¿Esta Lucía bien?!- se acercó gritando. La enfermera lo detuvo con la mano, y le dijo que por ahí en cinco minutos todo concluiría. Quedo estático, sólo cinco minutos” se dijo, vio su desesperación en el guante ensangrentado frente a su cara, el tic tac del reloj, colgado en la pared de la sala, avanzaba sin tregua; se sentó a esperar.

Cubrió su cara con las manos refregándose los ojos tratando de buscar un poco de descanso. Con los codos apoyados en sus piernas quedo dormido. Solo cinco minutos.

Se encontró en un pasillo oscuro que era iluminado por pequeños haces de luz. Empezó a caminar esperando encontrar la salida, aunque él presentía que era totalmente inútil; las luces se desplegaban a lo largo de todo el pasillo hasta disolverse totalmente en la oscuridad, eran puertas de ascensor que algunas veces se abrían y cerraban acompañadas de un campanazo. Sonaban atrás y delante de él lindando con el ruido. Caminó bastante tiempo, en uno y otro sentido, porque sospecho que tal vez había perdido tiempo caminando hacia el sentido que lo hacia, allí no había izquierda ni derecha, ni arriba ni abajo, solo pasillo. Se devolvió y tampoco encontró nada, entonces se sentó y espero. Una puerta de ascensor se abrió justo enfrente de él, cosa que nunca había pasado desde que estaba en el pasillo . Observó el ascensor iluminado y su reflejo pálido y ojeroso en el espejo: no se reconoció, aunque sus ojos se estuvieran mirando sin duda. Entonces camino hacia algún sentido en la oscuridad del pasillo alejándose de la puerta recién abierta, entonces comenzó a salir un gemido suave del ascensor, que poco a poco colmaba sus oídos, era como el chillido de una gata en celo que se desplegaba por todo el espacio, era el llanto de un bebe que lo llamaba. Entró al ascensor. Oprimió el único botón que había y la puerta se cerró para volver a abrirse inmediatamente.

Salió del ascensor encontrándose con Santiago que lo esperaba sobre la roca del mirador, desde el cual se veía abrirse el valle detrás de la iglesia; se extendía hacia el oriente limitado por las altas montañas que se alzaban firmes hacia los paramos, y en el horizonte cortado por el río Magdalena, el Nevado como un viejo indígena espera acurrucado pacientemente, con sus canas al sol, el fin del mundo. Tenía la pantaloneta amarilla y un esqueleto blanco, su cuerpo era el suyo pero cuando niño. Corrían hacia el pozo por entre los cafetales y los bosques, alejándose de la trocha de los caballos para llegar más rápido. Santiago le tomaba la delantera a la altura de la quebrada del pato. El ruido del río se escuchaba cada tanto más cerca, solo quedaba cruzar el alambre de púas, bajar la colina un poco y lanzarse desde la roca hasta el pozo que quedaba cuando estaba en verano, y el agua se movía lentamente hacia el magdalena. Vio desaparecer a Santiago y escuchó el chapuzón. Llego al borde él también, dudo un poco, y salto. El río se abría como un parpado por la zambullida de Santiago, el cuerpo se le abalanzaba pesadamente hacia delante, el vértigo lo despertó mientras caía en su propio ojo.

Miró el reloj de plástico con una marca farmacéutica en el fondo, solo había pasado un minuto. El segundero color rojo se dejaba caer perezosamente del doce hasta el cinco, y con ese mismo impulso trepaba despreocupado del seis al doce, cada paso era menos espera. Solo cinco minutos. Sintió nauseas. Observó los afiches de planificación y salud familiar, una serie de imágenes se le cruzaban por la cabeza, todas juntas, como una macilla dura y babosa que le venía del estomago a la boca. Se paró y tomó un cigarrillo del bolsillo. Lloviznaba. Gotas pequeñas caían levemente sobre el asfalto. Pensó en Caín matando a Abel con una roca, en el crimen, Dios, la familia, que hacia frío.

Santiago era la más frecuente de esas imágenes. Recordó a su mujer e hijos aparecer un día frente a su puerta, pidiéndole dinero prestado para devolverse al pueblo de la mamá por que de Santiago hace rato no sabía nada, negocios de guerra, vino para escapar de ellos pero lograron encontrarlo, lo mas seguro es que esta muerto... tan joven. Prendió el cigarrillo sin poder contener el humo y tosió seco. Imágenes sangrientas también pasaban por su cabeza, la imagen que logro entrever cuando la enfermera salía del consultorio: Lucía cubierta de sangre y un medico controlando la hemorragia, ella y él sabían el riesgo que estaba corriendo, el tiempo corría igual que su sangre con dos vidas. ¿Qué les había llevado a los dos a tomar esa decisión? ¿Por qué Santiago tuvo dos hijos aunque sus condiciones no fueran las mejores? Recordó como brillaban los ojos de su amigo al decirle que iba a ser padre, la pregunta usual ¿que iba a hacer si no tenía trabajo? No le importaba, nunca lo había hecho, porque sabia que debía tener hijos porque así era la vida, pero para él no. Nunca vio ese brillo en los ojos de Lucía. Tampoco en los propios, solo la ambición de ser otros. De ser mejores de lo que ya eran, pero necesitaban preparación… tiempo. Solo cinco minutos.

Y esa llovizna que le caía en la cara como un escupitajo de San Pedro, esa lluvia que le nublaba la mirada: la ciudad era tan pasajera como la llovizna, solo sangre y críos muertos, con lluvia, río, árboles, valle, amigo, carros, sexo, televisión, mamá…Lucía. “Si los hombres abortaran el aborto sería un mandamiento” decía el graffiti frente a él. Tal vez era cierto, él no estaba sufriendo nada en su cuerpo, solo pagaba, y era criminal por ello, quitaba una vida, arriesgaba otra. Todo somos Caín, todos podemos ser criminales y quitar vidas, si este era un error sería para no traer más sufrimiento, para no hacer del que iba a ser su hijo igual que él, un asesino, igual que su amigo, igual que muchos otros, si su madre lo viera allí lloraría tirada en el suelo. Miró el reloj, ya había pasado el tiempo, cruzaría la puerta y esperaría tal vez cinco minutos más, tal vez ella lo esperaba en la puerta.