viernes, 13 de enero de 2012

Amanecer

Ebrios cansados intentan bailar un tango, sin importar el que sea, pero tango. Ocho pasos dice el de mayor experticia, que aprovecha para juntar su cuerpo al de una mujer de tetas voluminosas que pese a su grandeza no logra mayores avances y rápidamente se deja ir por entre los brazos de otro que le ha prometido un compas de besos que se hacen tímidos al antojo de su propietaria, y que con recato salvaguarda su sexo, como si la compra de uno u otro producto fuera una causa de aquello. Piensa un poco, le cuesta de dicha forma, no nos digamos mentiras, y está ansiosa de que la posean y que llenen sus cavidades con un el líquido que cree imprescindible para sentirse feliz.

jueves, 5 de enero de 2012

una tarde de calor

Apenas cayeron las primeras chispas de agua sobre los ventanales del bus que minutos antes habían tomado, sus cuerpos comenzaron a descansar del tremendo calor que los había rodeado toda el día. Se habían citado en cualquier parte y con cualquier motivo, sin que esto se convirtiera en la excusa para encontrar de nuevo sus cuerpos, ya que hacía un buen tiempo que no se reconocían. El día los había sucedido sin sobresaltos hablando sobre cualquier cosa, con la familiaridad que sólo pueden tener dos personas que se conocen desnudas luego de haberse recorrido sus superficies infinitas veces.

Las palabras iban y venían en medio de los pasos dificultosos del ambiente caliente, que a ratos hacía que él disminuyera su paso, permitiendo que ella se adelantara. Aprovechaba entonces para espiar su retaguardia desprotegida: una parte de su espalda desnuda y los trozos de piernas que le asomaban aumentando de volumen de abajo hacia arriba, hasta toparse con el vestido de colores tierra y líneas geométricas, que debido a su corte disimulaban sus nalgas prominentes que con esa forma de caminar tan suya se acentuaban. Erguida de seguro a causa de los altos tacos que la soportaban, su espalda se erigía como un terreno inviolable que era apenas rodeada por sus hombros desnudos, atravesada por dos finas tirillas que la bordeaban hasta la vanguardia y hacían las veces de seguro para no advertir sus encantadores frentes.

Una cosa fue llevando a la otra, y en medio de parques y restaurantes, buses y calles terminaron colándose en un ascensor pequeño de forma tal que sus cuerpos se vieron provocados al encuentro repitiéndose con exacta precisión en el espejo que los rodeaba. Primero de frente provocó con sus ojos que ella le diera su espalda hasta el punto que comenzó a rozar su culo (el de ella) contra su pelvis (la de él) con tanta intensidad que sus manos (las de él) fueron rodeando el vientre (el de ella) hasta que sin aviso resbalaron a su vulva, ocasionando que el roce se hiciera frote. Inclinado las piernas (las de ella) acorralo su espalda (la de él) contra la pared, subiendo y bajando con tanta precisión que de pronto una boca (la de él) se vio lamiendo los hombros (los de ella). La nomenclatura romana de cada piso que se dejaba ver por las rejas de la puerta del ascensor les recordaba que ellos subían mientras que sus cuerpos seguían bajando.

Al llegar al quinto piso y sin mediar consideración se presiono de nuevo algún botón que ahora los hacía bajar y daba pie para que esta vez el encuentro fuera de frente dejando colar sus manos por debajo del vestido de forma calmada en un momento pero que tomaba fuerza cada vez más buscando su sexo a tal punto que se ella se debió permitir levantar lentamente su pierna izquierda para que el acceso fuera más placentero y sin cavilaciones, mientras sus lenguas se encontraban por allá arriba igual de húmedas. Sus dedos entraban y salían cada vez más rápidos, cada vez más húmedos y cada vez más ansiosos de regresar. Pequeños gemidos se escapaban entre las exhalaciones de sus bocas y de nuevo la otra mano apretaba un botón para volver a subir.

Una parada y una pregunta: ¿dónde estamos? De nuevo bajan y esta vez él acompaña el movimiento del viejo armatoste, dejando resbalar sus manos por el torso de ella, sintiendo como dos telas se deslizan pegándose a la piel, colocándola de espaldas y levantando su vestido para con descontrol besar sus enormes y húmedas nalgas, descubriendo la diminuta ropa interior de colores azul marino y negro azabache que apenas si podían resguardar todo su sexo. Un suave mordisco la hizo enderezarse súbitamente y mientras giró la cabeza sobre sus hombros intentando descubrir el rostro entre sus telas, una vos soportada sobre las rodillas desde allá abajo le respondió: estamos en planta baja de nuevo.

Y rápidamente y sin dejar que la lengua la rodeara hasta el frente comenzó a abrir la puerta del ascensor mientras él se reincorporaba levantándose, buscando las llaves entre sus bolsillos para salir. Un dialogo corto:

-Pareciera que va a llover – dijo ella terminándose de acomodar el vestido.

-Apresurémonos a buscar la parada del bus – le respondió él.

breves iiii

Y accidentalmente deje caer la mano hacia el final de tu espalda, asegurándome de que cada una de las yemas de mis dedos sintiera la textura y las formas de tu piel por dentro del escote que advertía el frio de tu espalda desnuda y tus pezones erguidos a causa no solamente de la leve brisa, que por esa época era tan característica de la casa campestre de Julián, golpeando los cultivos al punto de quemarlos en cada helada madrugada, sino también por las miradas que te reparaban con recato, proponiéndote cubrirte o terminándote de desvestir invitándolos al festín; pero que vos con tu aquiescencia por la moda asumías sin reparo, con cierto gusto provocativo incitabas a los modos onanistas donde la imaginación y el recuerdo es lo que vale, dejando todo a la potestad de la ipsación, de las formas y las postura.

brves iii

Una mariposa no tan grande, de fuerte color naranja y brillante rojo, en sus alas se posa sobre un pequeño marco de ventana. Acompaña con el ritmo del batir de sus alas a la bailarina que con su cuerpo ceñido estira sus piernas rectas, una a la vez, hasta tocar con la yema de sus dedos el borde de los tobillos, flexiona sus rodillas dejando los talones juntos y comienza con suaves giros como de fouetté, movimientos que de a pocos invaden el espacio de la habitación, a cada giro la mariposa atenta comienza a levantar el vuelo, dejándose suspendida en el aire, inmaculada con sus pequeños ojos sigue el movimiento de las manos durante el arabesque de la que baila, percatándose que la pierna levantada apunta hacía una torre de gatos estampados color pastel sobre una estructura de lata, que se confunden con la forma de una lámpara de noche. Uno tras otro se suceden los entrchat pares e impares, de acuerdo al ánimo de la que baila, cruces, saltos y caídas a pie juntos. Un breve descanso para respirar profundamente, llenando bien los pulmones permitiendo la exhalación.

breves ii

¿En qué parte de tu día encajo? Será entonces mi manía de agrandar las cosas. Es tan natural a la raza humana a veces regodearse en su pasado, ahora tan a la mano por las migajas que dejan el registro virtual de toda interacción, mapas de bits, combinaciones binarias. Con esta lluvia quizá el único que pueda salvarnos sea Noe. ¿Tus cobijas o las mías? Soy una escala al parecer. Disfuncionalidades sincronizadas. Ya sabes que pasan con los antojos, sino los atiendes rápido se pasan

breves

Y que sueña en medio de franjas azules con almohadas que sepultan su cabeza, como escondiendo lo que piensa con su nariz respingada y su figura menuda que contrasta con la amplitud de sus caderas. Será acaso gatos en las entrañas, que de naturaleza nómada buscan el camino para salir corriendo a cualquier tejado en busca de ayuno. La parsimonia de su posición antecede al ritual de quietud en el cual entra su cuerpo. Simulación de muerte, ausencia, abandono total al descanso a destiempo con otros aires