miércoles, 10 de marzo de 2010

Sin Pisar las Rayas

Guillermo Tell, a pata pela', el inmortal, a pata pela', a los cosacos les dio la libertad, a pata pela', cantaba la pequeña niña hermosa entre un saco oscuro y una falda roja, que apenas si le daba espacio para calentarse menos de una distancia de cuatro dedos en las piernas, saltaba, cogida de la mano de una mujer que bien podría ser su hermana, camino al colegio todas las mañanas, por las calles de ese barrio que son todas tan iguales y llenas de parques, parques, muchos parques como el abuelo le había contado desde siempre, como ella los caminaba todos los días cantando y saltando sin pisar las rayas.

Era el juego que habían acordado las dos mujercitas cuando en las mañanas salían corriendo de miedo por no llegar demasiado tarde o demasiado temprano e intempestivamente, y antes de comenzar a cantar la tierna voz que los cosacos, a pata pela', agradecidos, a pata pela' le regalaron un tarro'e mermelá, a pata pela', recordaba la ausencia de cualquiera de esos extraños artilugios de colegio que uno se veía obligado a llevar, pero que a ella en medio de su falda roja y sus piernas canela se le dificultaba recordar, tal vez porque quien lo decía no era su abuelo o tal vez porque desde ese momento ya perfilaba una cierta tendencia al descuido y a una falta de memoria útil.

Y entonces su acompañante, que bien podría ser su hermana, no tenía más opción que tranquilizarla con ese juego, para que la pequeña voz escondiera su miedo por llegar a ese lugar, y dando saltos la niña se iba perdiendo, a pata pela', por entre las rayas, a pata pela', mientras que la mayor, con la fuerza que sólo da saber poder llevar a otro ser en su vientre, afinaba su vista al suelo buscando monedas, a pata pela', sin pisar las rayas para no despistar el canto, a pata pela' y rogando que no fuera un tarro de mermelá sino un cofre lleno de tesoros de hojas blancas grandes y cuadriculadas, de bolas de icopor de todos lo tamaños, colores y hasta olores o de sólo cincuenta pesos, con los que pudiera frente a la entrada del colegio comprar uno sólo de los tesoros que era cuidado por un niño-monstruo que dormitaba siempre en el antejardín de la casa.

Así entre patas pela', los saltos se iban pronunciando cada vez más por que las rayas de un momento a otro se hacían más seguidas y ya Guillermo Tell, no había hecho nada más y ya Santiago Watt, a pata pela', el inventor a pata pela' de la primera maquina a vapor, a pata pela' era reemplazado por las maquinas de gasolina que aparcaban justo en el sitio donde la pequeña vos debía esperar cada vez que llegaba tarde por creer que estaba jugando y desde ahí veía como su compañera se despedía por fuera de las rejas y entre los árboles caminando una a una todas las rayas que habían saltado buscando de nuevo donde colocar el cofre lleno de tesoros