domingo, 15 de agosto de 2010

Dedos Atropellados

Un dedo. Quiero cebar contigo pin-to-mate, mientras vemos pasar los días por los aires y caminamos sobre corrientes rumbo al obelisco, un falo inmenso en medio de la nada, en medio del corazón del 9 de julio. Montar en subte rumbo a Carlos Gardel mientras que disimuladamente toco tu sexo en medio de los túneles oscuros de una ciudad subterránea, al mismo ritmo que lo hace un jazzista autodidacta de vagón en vagón.

Dos dedos ¿Cómo va el viaje? Espero aterrizar sobre algo ¿sobre qué podrías aterrizar? Sobre tus labios por ejemplo. Pero vas para los Aires, no vas a cruzar el océano, tal vez yo sea quien aterrice sobre los tuyos a un regreso aún incierto. De ser así podría aterrizar entonces sobre sus ceros y unos, sobre su panza y sus senos, que aún no sé si la estremece que se los aprieten con dulzura con una mano, mientras que con la otra recorro la espalda hasta el coxis siendo cuidadoso de no tocar su culo. Déjame verte otra vez subiéndote la cremallera mientras te vistes.

De nuevo un dedo. Tendría que llevarte por entre mis palabras hasta mis bigotes de leche, dejarte un rato y saludarte como los indígenas de las islas del pacifico que para saludarse respiran el mismo aire acercando tanto sus rostro que podría confundirse con un beso sin contacto, luego de eso verte subir hasta mis ojos estallados, compartiendo contigo mis per-versiones o sub-versiones; al final sólo versiones atípicas, las primeras más sórdidas, oscuras, difusas, las últimas como pretensiones destructivas de paradigmas, del Status Quo. Siempre he creído que todos tenemos versiones que son los recuerdos de los procesos neuronales del momento como percibimos la realidad y la interpretamos, una impresión imborrable, finalmente es sólo como recordamos o como queremos recordarnos tratando de inmortalizarnos.

Ahora los 20 completos. No es eso, quisiera poder compartir mi silencio, lo que ven mis ojos, y como poco a poco las pequeñas cosas que a la llegada parecen magia, se vuelven cotidianas, el mar de gente caminando de estación en estación. Ayer una mujer me dijo que la vida debería ser como en las películas y poder montarse en un avión sólo por un beso. A donde viajarías, ¿volverías a casa o a qué lugar irías? Tal vez donde los atardeceres son rojos, color naranja. Imagina lo lento que podría tocar palmo a palmo tu espalda, lo lento en llegar hasta tu coxis. Sería bastante bueno poder sentir cada uno de tus dedos.

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