viernes, 28 de septiembre de 2007

COTIDIANOS LAMENTOS II


Pero la herida es mortal.
No estoy solo, de verdad,
me acompaña mi propia soledad.
De verdad, me acompaña mi propia soledad.

Andrés Calamaro

Hay días en que me levanto y todo parece un punto. Todo es un espacio blanco sin fin en el cual solo aparecen puntos. Miro por el marco de mi ventana y todo es blanco. Puntos se mueven de aquí para allá y siento odio hacia ellos, me restriego contra el vidrio causándome dolor con la fría superficie tratando de entender si estoy despierto y efectivamente lo estoy. A veces no son puntos son sumas, restas, triángulos, animales y a veces personas y hermosas pinturas de colores hermosos y llenos de gris vida. Al pensar esto me desconsuelo aun más y mi pequeño cuarto blanco, mi punto-cama y mi punto-vida se empieza a estrechar. En esas siento que me aplasta la nívea realidad, que me absorbe, junto con mi aire; que si no me muevo inevitablemente moriré con el culo a tres centímetros de la boca que a fin de cuentas sirven para lo mismo. Entonces agarro para la calle y empiezo a caminar a toda velocidad, y no miro los puntos que gravitan en todos sentidos alrededor mío, en la desasosegada blancura del mundo que parece no acabarse hacia ningún lado. Me excede el mundo y yo pesado me creo a fuerza un hueco que se mueve conmigo, que me sostiene y me da calor, no me excede lo conozco, en el cual me acomodo. Empiezo a caminar confiado, con un movimiento constante casi inercial que me aligera un poco. Pero algo me ancla adentro, es él siempre jalando siempre mirando, curioso como el gato pero con distinto destino, irónicamente el mío. “¡oiga! Usted imbecil, ¡que hace ahí con esa cuerda!” y el imbecil contesta con descaro “a usted que le importa; mire mas bien para adelante, ¿es que nos quiere matar? O ¿Qué?” que ira me da ese hijo de puta, es que se cree el rey del chuzo: “ya quisiera yo matarlo a usted, pero el asesinato no es salida; prefiero tener las manos limpias y no matar a un pobre punto” y en esas suelta una carcajada tirándose al piso, señalándome con el índice, y mas rápido camino “ ay no se ponga tan bravo que va y se tira contra un carro, además no me haga reír más, que puedo soltar la cuerda y nos vamos de geta” “¡ya ni puedo pensar sin que usted se meta cabrón! Déjeme en paz, o mas bien, haga lo que de la gana, que yo hago lo mismo pero por mi lado”. La fatalidad de dejarse de lado es que siempre llega algo que te quita la inercia, y das papaya con el jale que jale. Veamos en que consiste la inercia: propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza. Reflexionemos en eso en este día. Sales de tu casa para mantenerte en un movimiento constante que te permita liberarte de una carga existencial; este movimiento liberador es una propiedad física que es propia de un cuerpo –en este caso “yo”, “yos”, “ellos” “él”; mejor dicho, para no pelear: aquello que veo en el espejo cuando me levanto por la mañana (?)- , no quieres estar en reposo en resumidas cuentas, ¡el reposo es malo! ¿Y que sucede eventualmente citando por enésima vez la ley de Murphy? Exactamente. Ahora bien pensemos en las fuerzas. La inercia no solo es una propiedad física sino también una fuerza que consiste en la resistencia que oponen los cuerpos a cambiar el estado o la dirección de su movimiento. Una resistencia. Que yo opongo a quedar hecho un pigmeo que se lame la entrepierna cuando le rasca. Una resistencia. Una fuerza que puede ser detenida por la acción de una fuerza, que modifica mi propiedad física de la inercia que consecuentemente, lleva a que quede en reposo. Una resistencia. Resistencia que solo puede ser quebrantada si la fuerza que acciona en mí es lo suficientemente fuerte para detener mi movimiento y no solo para cambiarlo de dirección. Ley de Murphy: si algo tiene la posibilidad de salir mal, sale mal. ¿Conclusión? Un punto grande y pesado se acerca con gran velocidad a mí y me dice:

-¿Cómo estas? Tiempo sin verte querido, como anda perdido. Ya ni lo llama a uno, ni nada.- me abraza con sus pesados brazos, estregando su redondez con mi barba, esbozando una gran sonrisa, que por un lado envidio y por otro me dan ganas de golpear violentamente sino tuviera tanto peso en el cuerpo.

-Bien, ya ve, como de afancito.

-¿Si? No me digas. Y que has hecho de tu vida todavía estudias en esa universidad…mmmmm -¿cual universidad? Yo cuando le dije que yo estudiaba en una universidad siquiera, ella no sabe absolutamente nada de mí.

-En el Rosario.

-¡Eso!, casi no me acuerdo – ¿Qué?- y como te ha ido en ese estudio chévere, ¿Qué es lo que estudias? – nada estúpida que le importa; igual me lo va volver a preguntar por lo menos otras diez veces, entonces supongo que dará igual lo que le diga.

-Estudio un técnico en inteligencia animal con énfasis en porcinos – algo así es la filosofía-.

-¿En serio? Yo no sabia que dictaran eso en el rosario.

-Ya ve, oiga voy de afán, nos vemos despuecito –oiga imbecil deje de jalar que ya me siento ovaladito- es que tengo una cosa urgente que hacer…

-¿De la U? – ¡que le importa puta desgraciada!-

-Si algo así.

-Bueno pues rerico verte, muchas saludes a la Caro, y a la Lore, y a… como es que se llama tu novia- ¿mi novia? ¿Mi Novia? ¿¡MI NOVIA!? Yo no tengo novia hace mucho tiempo, ni siquiera cuando me revolcaba con este punto inmundo, en mi cama destendida, los lunes por las mañanas dizque haciendo tareas. Será tan sapa. Será tan inteligente para querer enterarse de esta manera tan baja.

-No tengo novia. Pillamos

Moviendo, delicioso movimiento. El punto aquel me dejo bien entonadito, bien irradiadito. Voy a toda velocidad, atravesando esta larga llanura buscando un lugar donde parar este barco que ya perdió el capitán, que solo divaga entre las olas que implacables lo conducen a un destino incierto pero seguro. Mientras entre los robles que lo componen se lleva a cabo un gran motín por el mando. Grumetes insurrectos batiéndose a muerte por el puesto de capitán mientras el barco enfila hacia su desgracia. Así es mi ira, mi desgracia de no ver por donde camino, ni que elijo, solo me enredo y desenredo, tratando de volverme cometa, pero solo me quedo peleando con este imbecil que me jala cada vez que puede, y además aquellos otros que me indican caminos tan disímiles y rutas tan poco probables que lo único con lo que quedo es: que no me queda nada en esta inmundicia, mas que mis odiosos ojos para observar sin control lo que me rodea, que no es nada. Pero no nada en el sentido de no ser algo, sino en el sentido que no comunica, solo existe un largo y sostenido silencio. Blanco. Níveo. Con manchas. Puntos. Se mueven. Me aversionan, me escorcen como acido en una herida cerca al hueso, como el beso de una mujer que no conozco en la mañana y el frío entra por las cobijas hasta la entrepierna y descubro que tengo los pantalones abajo, y un dolor de cabeza terrible y no reconozco nada de lo que me rodea, y descubro que me emborrache tanto que ni siquiera me di cuenta que lo hice. Aversión. Resistencia. Propiedad de los cuerpos. Yo que no salgo de mi, porque entonces ¿que sería el yo sin mí? tal vez este imbecil que sostiene la cuerda. Aunque alguien igual lo reemplazara al él, y así ad infinitum las posibilidades infinitas de multiplicarme en tantas cosas como cosas ahí en el mundo, mimetismo puntual -¿huma? ¿no?-. Encuentro una banca que se clava en una esquina donde encallo pesadamente sin resistencia alguna. Necesito descansar.

Reposo. Necesito reposo. Descanso. Dejar de lado el cansancio. Cansancio. Falta de fuerzas. ¿Para que? Estoy cansado de estar luchando con mi propia existencia, necesito descansar para tener paz por un momento, empezar de nuevo el movimiento. Necesito reposo, unos momentos de quietud en los cuales pueda dejar de sentir que mis entrañas sufren de un cólico, que me hace revolcar en la banca. El reposo es malo. Revolcándome prendo un cigarrillo y lo aspiro con fuerza, como si estuviera atragantándome un pedazo de jugosa carne con las manos después de largos días sin probar bocado. Acto seguido boto el humo con la tranquilidad con la que hubiera cagado un soleado sábado en la mañana. Tomo cuatro o cinco bocanadas más hasta que el cigarrillo se acaba. Enciendo otro con la misma colilla. Y repito la acción unas cuantas veces más mientras observo los puntos pasar. Son puntos no me importan en lo absoluto. No tienen rostro ni cara ni nada, son puntos. ¿Por que sin embargo me crean esta aversión?, estos cólicos insoportables que recorren mi ser, como si estuviera envuelto en una lagrima gigantesca totalmente helada, puesta en una feria de un circo y cada vez que fuera hora del espectáculo, yo fuera exhibido, y también manoseado y con cada manoseo causara una pequeña vibración que me rozara la piel hasta el hueso y me doliera después de repetidas veces de hacerlo, de años de hacerlo, de décadas de hacerlo, hasta morir de hacerlo. En esas se me acaban los cigarrillos, y me quedo con los puntos que gravitan de un lado para otro, ríen, lloran, corren, remueven, se quedan esperando. Y yo aquí con este dolor de tripas que me encierra, y nada que llega nada, mientras me revuelco del dolor en la banca en mi pequeña esquinita del mundo recién descubierta. Me revuelco del dolor que llega hasta el paroxismo. Tengo que hacer algo, debe haber algo que pueda hacer, algo más que estar echado en esta banca con este dolor que me enloquece, enturbia mi mente, necesito pararme pero el cuerpo no tiene fuerzas, necesito descansar, necesito paz. Un cigarrillo. Estoy muy pesado y rompo la silla, el estruendo hace que algunos puntos paren, y fisgoneen sin ayudarme. Por fin me paro lentamente con ayuda del imbecil de la cuerda. “si podía ayudar no imbecil” “¿ayudar? No ve que se me acaba la diversión si se cae la cometa, toca darle un poquito de cuerda” que tal el hijo de su gran... descarado, sinvergüenza. “oiga aquí entre nos ¿como van la vainas por allá abajo” “fritas hermano, muy mal, imagínese que Darío el pendejo ese de la pañoleta rosada en el cuello, mato a Jairo el que estaba con él bando de Julián, que había matado a Guillermo, que era unos de los más viejos que había conocido al capitán antes de que muriera en la guerra de..” “¡deje de hablar mierda!” En este momento me dije a mi mismo: mi mismo coja esa cuerda segura, que voy a ahogar a estos hachepes en alcohol. Un cigarrillo.

El líquido entraba con dificultad en mi boca arrastrando con dolor la saliva seca. Recorría lentamente la garganta hasta calentar el estomago donde estallaba como una ola de calor en el cuerpo. Una bocanada de cigarrillo para pasar el mal sabor en la boca, y otro largo sorbo de la botella transparente de líquido igualmente incoloro, en un mundo igualmente plano, donde puntos gravitaban a mi alrededor a gran velocidad, y yo empezaba a observarlos pasar lentamente a mi lado, pasan sin mirar; solos; como yo, y me enternecen sinceramente, me identifico y me compadezco de ellos que tienen mi mismo sufrimiento, que pasan por el mismo cólico algunos días, y entonces empiezo a mirarlos fijamente a ver que puedo hallar en ellos, algo más que me convenza de amarlos, y me cago de la risa, mientras me tomo otro sorbo. Todos son puntos no tienen nada de especial, son puntos. Y caminan como autómatas hacia el trabajo mirando el reloj midiendo su velocidad en el espacio, y fraccionando infinitamente sus acciones con un pequeño aparato que controla sus vidas y ya ni el cielo miran por que ya no es necesario, y me pregunto entonces, ¿Qué pasa con mi reloj de pulso? Aquí lo tengo, avanzando en la circunferencia tic, tac, tic, tac y así se prolonga en el tiempo, el cual no da vueltas como mi pequeño reloj sobre sí mismo una y otra vez sino que se proyecta en un proceso de avance lineal no repetitivo, el futuro es incierto pero el tiempo es oro; el futuro se abre como un abanico infinitamente largo que estamos condenados a transitar sin poder adivinar el camino, somos empujados por una extraña fuerza que nos mueve en la total oscuridad, donde solo entrevemos caminos, que forzosamente tenemos que elegir y transitar sin saber a que conducen, al abismo o a la soledad o a la felicidad. O cualquier cosa, por que siempre es una disyuntiva, la vida cuando se procrea con el tiempo es solo exclusión –el tiempo del que he venido hablando; no faltara por ahí el pendejo que piense que hablo del tiempo físico, inevitable, pero totalmente irreal para nuestra cabeza- ¿exclusión de que? Fácil, exclusión de mi, exclusión de mis miles de yos, que se crean por las inmensas fragmentaciones que de mi tengo en este mundo, ¿que quien realiza? No se, pero este licor ya sabe a agüita, y ya casi no puedo sostener la sonrisa, y empiezo a sentir como si nadara en una botella con licor hasta la mitad. Y los veo a todos desfigurados, veo cada una de sus pequeñas imperfecciones salir a la luz, defectos de manufactura, pero ellos no me importan son solo puntos. Entonces el vértigo que me produce el exceso de afecciones, me hace girar y girar, y solo veo manchas que gravitan sobre la espesa blancura, que gravitan sobre el suelo, ya no solo negras, sino de varios colores, de muchos tonos incandescentes, y vomito y vomito, y todo empieza a volverse oscuro y pesado y vuelve la sensación de pesadez de antes que me pega al suelo, que me estremece el estomago a golpes, y prendo un cigarro para bajarlo un poco, pero aspiro y solo respiro, no me satisface, solo un dolor en los pulmones resulta de la fuerza que imprimo tratando de sacarle el ultimo aliento al tabaco que ya no llena, parece que la gravedad me estuviera presionando con su dedo, a mi y solo a mi, señalado, y tomo un gran sorbo y miro a los puntos que me empiezan a rodear, y me río, y vuelvo y vomito manchando la blancura, y vuelvo a vomitar, y sorbo y vomito. Todo gira. Y yo me revuelco en mi vomito para hacerme real para no ser mas punto, y me duele y espero que llegue algo pero nada llega, y entonces empiezo a llorar, a llorar con fuerza, amargamente, y chillo angustiosamente, porcinamente, y las lagrimas salen como esquirlas de hierro que pesadas caen contra el suelo pintado de comida digerida, y mis parpados estallan y duelen y sangro, y me revuelco tomándome un sorbo. Y entonces la multitud alrededor mío empieza a murmurar mociones de ayuda, hasta que un punto-mujer toma su móvil y dice que va a marcar a una ambulancia mostrándole el maldito aparato a todo el mundo como señalando que ella podía hacerlo efectivamente y todo el mundo miro el aparato mientras yo en el piso le gritaba:

-No sea estúpida señora, no se da cuenta que este mal no se cura con un medico, esto solo se cura con la locura, con el engaño o con la muerte, o con cualquier otra cosa pero no con la vida, no con la ciencia, no y no. No es negación, no es mundo, simplemente soy yo, es usted, es su punteidad, es su joda, es su descontento, es su estupidez.

Si: la estupidez, la necedad, stupidus, stultitia. La estupidez humana que es infinitamente inmensurable, ¡MI ESTUPIDEZ que es infinitamente inmensurable! La punteidad es totalmente impuntual, y finita por que en cualquier esquina nos espera la muerte segura, pero en muy pocas encontramos lo que deseamos como decía algún borracho por ahí tirado en las calles, en la Esquina, en la única esquina del mundo donde ahí una banca en la cual se estremece en sus propios fluidos, y grita y se para, empujando a la infinita-inmensurable-estúpida-finita-punto-mujer que iba llamar a una ambulancia con su objeto ritual de llamado de espíritus que termino materialmente hecho trizas en el blanco piso por causa del infinito-inmensurable-estúpido-finito-punto-borracho-sucio. Mas vanamente yo, yos, ellos, él. Y arranque a correr como alma que lleva el diablo, acorralado en el infierno de mi propia carne e impotencia, crucé por las calles sin mirar nada más que a mí mismo sosteniendo la cuerda totalmente estupefacto, atónito, pasmado en el tiempo, como yo que iba volando, de angustia, de fragilidad, de un poco de rabia mientras encendía un cigarro y me chocaba con los puntos sacándolos a volar en todas direcciones, hasta que me detuvieron de golpe, al que le siguió otro y otro, y no me emputaba el dolor o la incapacidad en este momento, sino la acción de repetirse el golpe una y otra vez como un regaño de mi madre cuando hacia algo que me gustaba una y otra vez, y una y otra vez ella me regañaba, y lo repetía con el mismo tono de preocupación que me desesperaba, hasta hacerme llorar, y tomé un palo y golpeé también y corrí de nuevo hasta que llegue a mi punto-cama, y en la ventana se veía el atardecer, pintado naranja y morado por el sol que también es un punto, pero que todos los días es distinto se viste de nuevos colores, como esos días en que todo parece una pintura estregada por oleos de tonos brillantes, y las personas parecen personas, o alguna veces animales, triángulos, restas, y sumas. Pero son otros días, otras historias. Pero esas son otras historias.

No hay comentarios: