viernes, 21 de diciembre de 2007

No le preguntes a nadie

“…cuando todo un nublado descarga sobre él,

Se envuelve en su manto y se marcha caminando

Lentamente bajo la tormenta”

Friedrich Nietzsche.

El atardecer acaecía lentamente a través de la ventana. El sol coronaba una colina al sur occidente escondiéndose juguetón a la mirada de Maria. Por el apartamento rondaba el olor de comida preparándose y los ruidos que venían de la cocina evidenciaban que Manuel era el que estaba cocinando, siempre lograba hacer una buena comida, pero dejaba todo como si hubiera ocurrido una gran guerra. Era el cumpleaños de Maria; otro año más de existencia en el mundo. Este día todo parecía desaparecer en sus manos, como en todos sus cumpleaños la sensación de impotencia se acrecentaba al ver que no tenia posibilidad alguna de realizar cambios; que su vida se fugaba entre borbotones de sangre que se deslizaban por una herida difícil de cerrar, porque no estaba segura de donde se encontraba: decidía entonces esquivar todo para tomar fuerzas y pisotear aquello que la enlazaba inevitablemente a la conclusión que nada en ella había cambiado, solo el hecho de haber transcurrido un poco de tiempo.

Su apartamento se ubicaba en un piso alto del edificio de 26 pisos que estaba incrustado en la falda del cerro; desde allí podía ver toda la ciudad a sus pies, la apreciaba inmensa y esta sensación le hacia ver que no podía tomarla y constreñirla hasta sacarle sus jugos vitales entre la manos, era un gigante húmedo y sin forma, un organismo desnudo ante ella. Veía las arterias que la recorrían, por donde pasaban pequeños glóbulos rojos a toda velocidad, a veces se quedaban estancados moviéndose lentamente, mientras otros se quedaban en lo alto titilando, rojos, negros, rojos, negros. Pero lo que más le atemorizaba era su rugido fuerte y poderoso, un largo y sostenido bramido, como si tuviera una enfermedad insoportable que lo hiciera revolcar y gritar de dolor todo el tiempo. ¡Gruuuuuuuu! Tuuutuu pipipiii ¡Gruuuuuuuu! Un fuerte ruido le llamo la atención haciéndole dirigirse a la cocina, el apartamento ya sin luz la obligaba a andar a tientas utilizando sus manos para ubicarse, distinguiendo solo contornos que le recordaban gélidamente a Maria las prisiones que pintará Goya. Corrió al interruptor.

-¿Necesitas ayuda en algo manolo? –un gruñido en la cocina fue la respuesta- ¿¡no!? Esta bien, espero no vayas a destruir la cocina. Vieras lo hermosa que esta la ciudad hoy Manuel, asómate un poquito –dijo esto en un tono retador y pendenciero mientras encendía un cigarrillo; Manuel salió limpiándose las manos en un delantal untado de masa, salsas y agua. Dirigiendo su mirada fuera de la ventana y enseguida regresándola a la espalda de Maria, la cual, tomo suavemente con sus manos, llevándolas poco a poco hasta el abdomen, acariciándolo vigorosamente, sintiendo sus pequeñas imperfecciones, recordándolas ávidamente en su cabeza, llevando sus extremidades hacia la orilla contraria, cerrando sus brazos sobre su cuerpo, terminando el gesto de un abrazo fuerte y seguro: la amaba profundamente pero nunca se lo había podido decir, hombre de pocas palabras. Mujer esquiva y resabiada. Como a él le gustaban.

-Te siento rara hoy ¿Qué te sucede? Desde esta mañana has estado demasiado pensativa, te fuiste sin despedirte y cuando fui a recogerte ahorita en el trabajo no dijiste una palabra coherente en todo el camino. Es el día de tu cumpleaños deberías estar muy feliz, este día es el único que uno debe celebrar de verdad, es cuando se inició la torpe existencia de cada quien. ¿No te parece importante?

Llevaban poco tiempo de conocerse, él no sabia que le molestaban sus cumpleaños desde pequeña. Le incomodaba que se multiplicaran sus seres cada año marcado con un nuevo calendario, el peso de la madurez y los recuerdos que se amontonaban en su memoria sin etiqueta ni importancia, solo unos pocos tenían la suficiente.

Le susurró que no pasaba nada, que era estrés, el trabajo, cosas de esas que la tenían así, mientras le besaba la boca lentamente mirándolo a los ojos, acariciándole los labios con la lengua introduciéndola largamente, tomándolo de la nuca con la mano, apretándolo contra sí, con los ojos cerrados hacia un mapa de lo que encontraba, se deslizaba lentamente hacia un lado, besándole la mejilla, el borde de la boca y de nuevo adentrándose con fuerza en su saliva, chupando sus labios para terminar mordiéndolos diciéndole que se le quemaba algo en la cocina, y él se soltaba presuroso abriendo los ojos sorprendido, arrancando para la cocina con un saltito por un pellizco en la nalga.

Una voluta de humo salía de la cocina, Manuel gritaba maldiciones “¿necesitas ayuda?” cuestionó ella “si, ¿puedes poner la mesa mientras arreglo por aquí?” el estridente rumor de los autos en la calle llegó hasta el apartamento, al abrir la puerta del bife se sorprendió de encontrarlo vacío. Solo cenizas y pequeñas nubes de humo lo llenaban.

-Manuel ¿tu moviste los platos?

-No deben estar ahí, yo lave esta mañana y los acomode ahí –dijo señalando el mueble donde Maria tenía asomada la cabeza haciendo él otro tanto- ¡y esto! Estoy seguro que los deje aquí – se dirigió a la cocina y empezó a revisar en cada gaveta que la componía sin encontrar absolutamente nada, solo cenizas y humo.

Después de revisar en toda la casa resolvieron que habían sido robados en su ausencia, pero ¿Cómo habían desaparecido los objetos de la cocina si Manuel estaba seguro de haberlos visto mientras cocinaba? Era imposible que hubieran entrado mientras estaban en la sala, y por una ventana era irrisorio dada la altura en la que estaba ubicado el apartamento. Tal vez mientras salieron a comprar los víveres para la comida. Era mejor comer y tomarse algo, al día siguiente se solucionaría este extraño incidente. Después de todo mientras buscaban y trataban de explicarse lo que había sucedido, había avanzado la noche.

Comieron en unos platos que les prestó una vecina del piso, la cual quedo igualmente contrariada frente a la historia que le contaron, aunque al principio tuvo un poco de escepticismo pensando que tal vez los jóvenes no tuvieran ni siquiera vajilla.

El corte cuidadoso de la carne, la textura del arroz, sorbos del vino en la copa, masticando lentamente, sin afán, un poco de pimienta allí orégano por allá, el halo seco del vino en el paladar un poco de agua para despejar la madera del licor y poder saborear la espesa salsa de la carne horneada, la verdura blanda al vapor se deshacía lentamente quedando solo el queso en la lengua, que se movía paulatinamente para hablar de una cosa y de otra, que una vez… yo también he… no lo creo pero… trae más vino. Las botellas vacías yacían sobre la mesa y una por la mitad se encontraba en la sala, junto dos copas a medio llenar que eran observadas con desgano.

-ya está tarde vamos ha acostarnos –dijo Maria sacando la cabeza de la cobija que los cubría- apenas es Martes y mañana tengo que madrugar… aunque ya solo voy a dormir dos horas.

-Terminemos la botella primero.

-yo ya tome lo suficiente, quiero dormir, además ya estas un poco borracho, ¡como tu no haces nada importante! solo de aquí para allá mirando que te sale –Manuel la miró contrariado poniéndose en pie enseguida.

-¡Por que dices eso! Tal vez mi trabajo no sea como el tuyo de estar sentado frente a un computador, recibiendo llamadas, mandando papeles, y peleando por el metro cuadrado de espacio que me asignan –gritaba agitando ávidamente las manos hacia el cielo mientras María lo miraba distante e irónica- eso fue lo que tu elegiste no yo…

-¿Quién dijo acaso que yo lo elegí? –Cortó María punzante- ¿Qué sabes tú acerca de mí? El hecho que vivas conmigo hace ocho meses no te da derecho a decir nada de eso.

-A ti tampoco mujer, por cual razón entonces me juzgas como lo hiciste hace un momento, solo te preocupas de ti misma ¡idiota! ¡Ególatra!

-¿Cómo puedes decir eso? Yo te he recibido en mi vida como ha nadie lo había hecho y me vienes a decir ¿ególatra? Tu no entiendes absolutamente nada – gritaba Maria parándose de un salto encarando a Manuel con lo ojos inyectados de sangre y lagrimas- ¡Tu no entiendes nada!

-Como quieres que lo entienda sino me dices absolutamente nada acerca de lo que te duele ¿Cómo voy a adivinarlo? Soy pintor no brujo –Maria miró hacia la ventana escuchando el ruido de los carros que de nuevo inundaba el apartamento y el gruñido que se levantaba en la lejanía ¡Gruuuuuuuu! Tuuutuu pipipiii ¡Gruuuuuuuu! Recorrió de un vistazo la habitación y la vio llena de humo. Todas las cosas empezaban a perder sus atributos en el espacio. La planitud, la circularidad, la distancia que las separaba las unas de las otras, vio que Manuel corría hacia pasillo de las habitaciones y ella le siguió. Ella seguía manteniéndose en el espacio mientras las otras cosas empezaban a desaparecer disolviéndose sus formas, trasformándose poco a poco en polvo, desenlazando en la nada.

-Es un incendio –grito Manuel tomándola del brazo e introduciéndola en la habitación principal.

-Entonces tenemos que salir para que entramos, vamonos, vamonoooosssss –increpaba horrorizada Maria mientras halaba a Manuel de un brazo, este a su vez cayendo en cuenta de su error se asomo por la puerta viendo un chubasco de humo negro en todo el pasillo, que no permitía ver hasta la sala donde seguramente se había iniciado el fuego que iba a acabar con ellos- no tenemos salida, ya no podemos regresar –Manuel revisó la habitación con la mirada tratando de encontrar escapatoria, se limpiaba las lagrimas con las manos intentando aclarar lo que veía, no había opción morirían quemados. Observó a Maria asustada y temblando, las lágrimas le brotaban como raudales de lluvia sobre una calle, todo se llenaba de ceniza y de humo. Solo encontró una salida. Abrió la puerta del baño y encerró a Maria allí.

Maria gritaba desesperada que la dejará salir. Él le decía que se metiera en la bañera que la llenará de agua que era su única opción, el prefería que ella quedara viva. Se asomó de nuevo al pasillo extrañándose de no sentir calor ni asfixia, decidió intentar salir o morir en el intento, gritaba por auxilio. De pronto empezó a sentir que sus piernas cedían al peso de su cuerpo, se sacudían como gelatina, y sus órganos empezaban a expandirse hacia la nada, la piel ya sin forma se desbocaba centrífugamente llevando todo su ser hacia abajo, mientras el ruido de la ciudad lo ensordecía totalmente. Maria también escuchaba ese sonido al otro lado de la puerta hasta que desapareció junto con todo al despuntar el alba. Llorando recorrió el apartamento lleno de humo y cenizas, sin ninguno de los objetos que lo ocupaban antes, parecía mas grande y callado, sin muebles, ni fotos, ni platos, ni Manuel solo ella y el rugido de la ciudad. El gigante los había devorado.

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