martes, 5 de julio de 2011

breviario iiii

Le resultaba repugnante recordar esos encuentros del sur, cuando cachivaches sin dinero buscaban extorsionar a las niñas de bien que tenían su lugar por vacaciones y se asomaban a ese mundo con los ojos abiertos, como redescubriendo la vida, ansiosas de mimetizarse con eso que nunca tenían a la mano: una vida de adultos que se pretendían adolescentes y que vivían de los giros de sus padres que preferían financiar su exilio, como una forma de lavar sus conciencias ante el mal trabajo que creían haber hecho durante su aprendizaje como padres, que aceptar que sus niños eran malas semillas y que aunque hubiesen sido formados en colegios de bien, más que sus hijos, eran los hijos de una ciudad desencantada que apestaba a alcohol a esas horas indecentes cuando se toma el bus y todos los pasajeros van bañaditos y perfumados hacía sus sitios de trabajo, alzando la vista de vez en vez reprobando aquella conducta mal sana. Hijos huérfanos. Bastardos de la calle.

La lengua, su lengua. La boca, mi boca. Uno tras otro, se consumían poco a poco los puchos. Se deshacían entre palabras idiotas que se le metían por los oídos, deseos homosexuales en medio de risas. La secta de los invisibles debería llamarse, pequeños figurones que reclaman atención del mundo, pero que re huyen a cualquier oportunidad real. Su ejercicio es la queja, su profesión el descontento.

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