martes, 5 de julio de 2011

breviario v

La imaginaba abrigada, contoneándose al ritmo de la música que estallaba por sus oídos, bajo ese tabardo verde de la tienda china, que había comprado por allá en su infancia junto con dos o tres vestidos más que la hicieron descubrirse mujer ante el resto del mundo. Recreaba mentalmente las acentuadas figuras que la definían, ya que ahora donde sus caderas se pronunciaban a la altura de la silla de su escritorio que daba a la ventana, mil veces más, había visto figuras rígidas erigirse como símbolo del cambio de los tiempos de su ciudad. Como prueba irrefutable de su abandono.

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