jueves, 3 de septiembre de 2009

Falsos Intentos

Le fueron cayendo uno por uno los trozos de firmamento, hasta que uno le aplasto la cabeza. Sus restos quedaron tendidos sobres el mohoso suelo del cual salieron los primeros gusanos babosos que en busca de alimento estrellaron sus cuerpos con esas sobras que despellejaron en aproximadamente dos horas, quedando tan llenos aquellos bichitos que estallaron sus cuerpos después del banquete, esparciendo sus fétidas entrañas por entre los senos mórbidos de aquella mujer.

Todo había comenzado cuatro días atrás cuando la recogí en la avenida principal, entre putas viejas con tetas caídas, que tenían caras de aburridas fumándose un porro del tamaño del miembro de un actor porno, y dos maricas que no dejaban de chutearse con una jeringa que habían robado de un centro de donación de esperma del cual sacaban el poco dinero para sobrevivir.

Dijo que se llamaba Susana y que me lo haría toda la noche si la dejaba dormir en la mañana en mi casa, supongo que no imaginaba que si lo hacíamos toda la noche como era mi costumbre no podría dormir, pero en fin no iba a desaprovechar esa oportunidad por más extraña que pareciera, así que la hice entrar al carro.

Ya instalada como copiloto la incline sobre mis piernas y le dije que comenzara chupándomelo, que imaginara que era un lindo caramelo viscoso en forma de barra, que no se detuviera hasta llegar a mi apartamento que era a quince minutos, que subiera y bajara, vuelta en la izquierda para salir de la avenida, sube y baja, por debajo de un puente, sube y baja, a la derecha y nuevamente a la izquierda, sube y baja, semáforo en verde, sube y baja, una vendedora para comprar cigarrillos, baja pero no subas tanto, nuevamente rumbo al apartamento, sube y baja, semáforo en rojo sangre, detente que ya voy a llegar.

Nos bajamos del carro y apenas la sonrisa socarrona del portero delataba que no era la primera vez que hacia esto, que era un viejo zorro de esta vida, que de tanto andar en las calles y en mi trabajo las únicas mujeres que podía conseguir eran estas, que estaba acostumbrado a tener rubias, morenas, flacas, gordas, unas lindas, otras no tanto, eso dependía del dinero.

Esta vez ya en mi sala, el asunto cambio un poco, de nuevo la tuve cerca y esta vez no desaproveche la oportunidad, comencé por acariciarle el cuello suavemente, entre mis manos y mis besos la fui dejando caer sobre el asiento, sobre mi asiento, sobre mis piernas. El ruido que producía su cuerpo extendido como sabana sobre mi era hermoso. La primera vez que la escuche no supe si eyacular o ponerme a llorar. Su sensualidad era algo discreta, recatada. Apenas si la podía auscultar por entre el murmullo de su sangre y su aroma a manzana verde. Recuerdo que la primera vez que la vía vestía un sastre azul con margaritas, llevaba su cabello azabache recogido, su piel de navidad desnuda y sus labios oscuros, talvez pálidos, como si no corrieran sangre por ellos. Su actitud tímida la hacía una victima perfecta, nadie en el recinto extrañaría su ausencia. Me acerque pensando que sería fácil engañarla y contrariando cualquier vaticinio.

Aquella noche en la habitación los dos cuerpos reposaron en la cama más quietos de lo habitual. Aún sonaba la pequeña caja roja que tenían por radio y que además se encontraba sobre un improvisado atril de madera en la parte de alta de la cama, de la cual escapaban tenues sonidos de música ininteligibles. Sutano y Mengana se encontraban completamente limpios, desnudos, desprovistos de cualquier imagen, que los alejara de sus propósitos, eran como una plaza che, que no necesita de imágenes para permitirse conocerse y conocerlo. Mientras tanto sus manos resbalaban delicadamente con el ritmo de los Pistols y luego abruptamente saltaban a otro ritmo, algo más suave, como un bolero, era como si la radio diera el ritmo para que se conocieran haciéndose el amor. Desde hace mucho tiempo que venían ritualizando ese estallido propio de sus cuerpos, un simple suceso que había acabado con lo intenso de sus propias vidas.

Entregarte los ojos para que descubras que la verdad del amor no existe. Entregarte los oídos para que comprendas que la única verdad que existe son mis palabras. Su silueta sobria finalizo en el arrebato del sexo que los devoro segundo a segundo. Si hubieran existido otras circunstancias dedicadas a vos talvez el sacro acontecimiento nunca hubiera sucedido.

Y comprendió que los seres que lo comprendían se habían ido para no volver. Sólo. Simplemente recordó a las personas que lo habían acogido y lo habían echo sentir la verdadera persona que siempre había querido ser. Ahora con la única compañía de sus cobijas sabia que el miedo era su única salida y como todo en su vida acabaría en las últimas 24 horas de existencia. En aquel instante un viento taciturno y sobrecogedor lo puso a pensar en la mujer que le había cicatrizado el cuerpo y supo que todo había sido una gran perdida de tiempo, la mejor y la más dolorosa de toda su vida. El teléfono interrumpió su sofisma nocturno y al contestar escucho el color de voz más divino que siempre anhelo escuchar. La voz de ella. Susana, Sutano, Mengana

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