martes, 1 de septiembre de 2009

La primera aventura de Compañía

Antuán y sus pesadillas de primavera

Esta es la historia de un niño color naranja y rayas azules en los brazos, estaba hecho de calcetines olvidados en el camino por un viajero sin rumbo, el que lo creó no le puso nombre, por eso se llamo a sí mismo Compañía. Andaba con una bolsa llena de ropa, parecía muy pesada y se veía muy pequeño al lado de ella, iba de un lado para otro, buscando, pero sin decir nunca qué.

Varias veces lo paraban en la calle a preguntarle.

-Oye niño ¿Cómo es tu nombre?

-Mi nombre es Compañía, para que nunca me falte una, yo soy La Compañía. Además soy empresa porque hago mis propias cosas

- Y a que se dedica el muchachón si se puede saber, en qué consiste tu compañía, ¡si se puede saber claro esta!

- Pues lo mío son los sueños señor, le saco ganancia a eso, a darle más color a los sueños.

Y seguía su camino el camarada Compañía sin mirar nunca más atrás, con su bolsa de plástico en la espalda y mirando justo sobre el camino y hacia el horizonte, para no perderse de su bordada. Los cielos se cubrían todos los días a la misma hora, con cada cambio de sol que poblaba esta tierra donde se encontraban tres planetas y cuatro soles. Lagoon, Pierce, y Corsi eran los planetas; Bajtin, Lora, Dina, y Enano eran los soles. Además rodeado de lunas gigantes que merodeaban el planeta todo el día, a grandes velocidades algunas, muy lentamente otras, siempre se le antojo a Compañía como un átomo cuyos electrones parecieran venirse sobre el núcleo todo el tiempo.

Era un pasar del tiempo bastante extraño: el día duraba 53 horas pero cada tres de estos había uno de 14 horas. Las noches entre los días de 53 eran de 67 horas pero se turnaban con eclipses o noches verdaderas, aunque este cambio era indeterminable. Las madrugadas del día corto siempre eran las más frías. A veces, a pesar de ser de hilo, Compañía sentía hasta el tuétano de sus huesos motudos el impávido frio de la madrugada.

La mayoría de su trabajo lo realizaba en las madrugadas, debajo de los camastros de colores pálidos, allí se recostaba por días, esperando el sueño indicado y nadie le movía. Se le encontraba allí acostado, una bolsa plástica y un chico que parece un calcetín, sigue su camino quien lo ve y él se pone a esperar sin problema y de allí puede escabullirse cuando quiera. Sus herramientas nunca son vistas, no se sabe como entra a los sueños ni como sale, que lo guía para salir de los mundos de los otros, yo tengo una teoría, su inocencia es su faro, sus ganas de vivir el material necesario.

Un día caminando por un lugar desconocido para él tropezó con una piedra rodando por una colina hacia abajo, cafetales viejos cubrían toda la colina, hasta que pudo agarrarse de uno, respiraba agitado y su corazón de hilo retumbaba entre su calcetín. De la que se había salvado. Cucarrones verdes y amarillos salían de entre los cafetales rodeando a Compañía. El no sentía miedo pero nunca había visto a unos cucarrones tan coloridos, jugó con ellos largo rato, ese fue el día que lo conocí. Lo observe largo rato escondido tras una nube carmesí con sabor a paleta de agua de las del pueblo, de las de tres de la tarde paseando por la vereda ruinosa llena de piedrecillas pequeñas y sucias, preguntándole a la anciana que si me daba uno de leche. Sacaba el conito de aluminio del refri y lo metía en un platón lleno de agua, moscas y más conitos de aluminio y me pasaba el helado. Era de color blanco pero en mi mano aparecía de un blanco inmaculado brillaba frente a mis ojos, al igual que el platón rojo intenso y el decolorado vestido de doña rosita brillaba, y la hacía ver bella a pesar de su avanzada edad, sus dientes aparecían en mi sueño, y el sol del atardecer se colaba en la ventana como un aroma color morado y borde de nube violeta. Acariciaba las paredes y le infundía un halito de brillo, ahí fue la primera vez que vi su trabajo, entonces recordé que estaba dormido, desperté rápidamente para buscar a aquel pillo que se metía a los sueños de los otros a rayar sus ciudades de múltiple color.

Me acerque sigiloso como leona de cacería, sabía dónde encontrarlo, ya sabía yo como trabajaban estos pilluelos, siempre escondidos debajo de la cama o detrás de la cortina gruesa que nunca cierra bien, me tire de la cama a debajo de la cama de un solo brinco y abrí todos mis seiscientos brazos para no darle salida, pero termine deslizándome por un tobogán de piscina de seiscientos metros de alto resbalando en caída libre circular por el maldito tobogán, aún estaba dormido y sin remedio me engañaba el bribón, pero sus soles eran los mejores, brillaban como si se tratara del mediterráneo, la infinita cantidad de guaduales que se abrían en un campo de miles hectáreas en cuya mitad se halla el tobogán por el que me desculaba, todo verde, y unas pequeñas colinitas chinas que nos rodeaban.

No me molestaba que alguien andará pintando mis sueños pero me daba una gran curiosidad encontrármelo, preguntarle que quería y con qué pintaba sus sueños, y con qué pintaba los míos, como hacía para estar en mi cabeza, porque yo sabía que no lo había inventado que él tenía vida propia, que su delicado furor cubría mis sueños hace días. Entonces le atrape en Roma en plena madrugada en uno de los barrios pobres entre trabajadores griegos, prostitutas orientales, él dormía el largo viaje, yo en mi traje de centurión que escapaba de los pretorianos por haber envenado al emperador me cubría también entre ellos. Te atrapé y te lleve a mi recuerdo más viejo.

Allí no podrías escapar, allí encerrado en el útero materno a segundos de dar a luz, donde ni mi conciencia llega, donde sentí dolor, que algo andaba mal. Entonces veo la cara de una pareja que espera el autobús al lado de una tienda con luz neón color azul, iluminando el andén mojado por la lluvia, y daba una profundidad inusitada a la ojeras del hombre con barba de chivo y bigote escaso que miraba atentamente la calle, su chica metía su cabeza en el hueco que le daba el hombro oliendo su aroma y mordiéndolo, protegiéndose los dientes con la bufanda color negro tejida por ella misma, y allí estaban sus ojos escudriñando una respuesta en las manos que miraba insistentemente, una risilla le rodeaba la boca, era alegría, tal vez sopor, placida muy placida eso sí, y sus sombras se dibujaban al lado de la luz que se derramaba como agua fluorescente sobre el asfalto de la avenida,

…te sentí llegar pero no venir, dije yo en voz alta mientras Compañía se escurría entre la laberíntica ciudad de mi sueños, oscura y maléfica circundada por vándalos marroquíes del siglo XII, expertos comerciantes y guerreros de a caballo, ladrones de mala calaña, asesinos a sueldo y mercenarios norteamericanos, chinos, tailandeses y africanos, callejones de anime y porno, y de desayuno marihuana con perico en el cigarrillo por que es una ciudad seria la que tengo acá joven Compañía, porque te metiste en la cabeza pesadillesca de quien no tiene palabras ciegas ni risas sin aroma ni paisajes sin sabor, solo falta tus colores Compañía por ello debes dejarte atrapa’o, y Compañía escuchaba tras de sí pero el miedo le corroía y no le dejaba ya parar de correr, así que giró en una esquina y en otra y llenaba de colores lo que veía, dejaba su rastro y a veces plantaba falsos, ya casi era de día, entre más rápido se diera la huida, más rápido amanecería. Pero quien lo creería Compañía estaba perdido, y se sentía solo aunque era Compañía.

Entonces en una fría calle de ocho esquinas sin avenidas alguien le pregunto:

-¿A qué te dedicas compañero?

- Pues lo mío son los sueños señor, le saco ganancia a eso, a darle más color a los sueños.

- Pues lo mío son los sueño’ seño’, blu blu blu, pamplinas, déjate de babosadas, y ¿tienes nombre compañero?

- Sí señor, mi nombre es Compañía, para que nunca me falte una, yo soy La Compañía. Además soy empresa porque hago mis propias cosas.

Disponía a irse entonces Compañía cuando el hombre le detuvo y le amarro. El valiente Compañía propinó un fuerte golpe al sujeto en todo su rostro con su bolsa plástica pero el individuo apenas se movió. Sintió que algo le envolvía y después a duras penas podía moverse, de un momento a otro sintió elevarse en la callejuela y después cruzar los cielos e ir a otro planeta. El aterrizaje fue pésimo y después fue lanzado por un amplio pasillo donde resbalo hasta golpear con un escalón. Al salir del costal se encontró frente a un trono donde posaba un niño que se reía, la habitación se empezaba a llenar de color y luminosos cucarrones y libélulas sobrevolaban la habitación llenándola de algarabía. Compañía ya tenía sueño y se encontraba de nuevo perdido, no tuvo más remedio que dejar de respirar.

Entonces los colores de todo el sueño se hicieron fantasía y todo se ponía pálido y negro, el sueño se tornaba oscuro y lento Antuán se sentía atrapado por una gran almohada negra que no le permita respirar y el vértigo le llenaba la boca del estomago. Un golpe le despertó de improviso y se dio cuenta que su hermano había caído del camarote directo sobre sus piernas, se despertó con un poco de mal genio entonces se levanto y abrió las cortinas de par en par, recordó su visitante de la noche anterior, largo día le esperaba, miró debajo de la cama y encontró la media naranja que le hacía falta, se la puso, fue a prepara’ algo de café a la cocina del piso 233.

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