miércoles, 2 de septiembre de 2009

La mujer del poeta

“Y entonces vuelves a los hoteles-coleópteros,

a los hoteles-araña, a leer poesía junto al acantilado”

Los perros románticos, R. Bolaño.

Fue otra feria del libro en Bogotá, vino México a gozar en esa extraña y casi aberrante fraternidad que como pueblo nos une; porque no es solo el mariachi, ni la fe idólatra en Cantinflas o García Márquez lo que nos hermana con la nación mexicana, es un acumulado de valores y costumbres que cimientan profundamente nuestro carácter como pueblo. Los mexicanos tienen mucho para mostrarnos, desde el aliento vivo de su antepasado azteca, el humor mordaz, esa inmensa industria cultural sostenida por iniciativa estatal, empresas y revoluciones del marketing, la universidad más grande e importante de la América hispanoparlante, y un largo etcétera. En México se configura el principal nodo de las letras de nuestro continente, esto lo entendió la Cámara Colombiana del Libro, organizadora de la reciente 22° Feria del Libro de Bogotá, que trajo una vasta delegación presidida por CONACULTA México (Corporación Nacional para la Cultura y las Artes) y un amplio contingente de ensayistas, novelistas y poetas.

A unos brillantes cerebritos colombianos se les ocurrió crear la red de estudiantes de literatura y afines, que quincenalmente pone a rodar vía correo electrónico el boletín REDNEL, un informativo ágil y de fácil consulta con una síntesis de la actividad cultural del país. La red tiene nodos regionales que depuran la información y componen el grueso del boletín, una respuesta concreta a la cuestión sobre la agencia cultural en el país. En una entrega de julio, un grabado de calaveras al estilo Guadalupe Posada adornaba la invitación a conformar la ‘Red Chida’, un grupo estudiantes universitarios citados como voluntarios para acompañar a los escritores mexicanos invitados. Las llamadas telefónicas fueron y vinieron, hasta que unos días antes de iniciar la feria se reunió todo el grupo de ‘edecanes’, sumaban unos treinta, entre los convocados por la Chida y algunos estudiantes de la Universidad Externado. Nos sorteamos acompañantes y escritores según las disposiciones horarias, breves biografías y una foto al blanco y negro de los literatos. Uno de los grupos venía preparado ya, antes de cualquier discusión ya habían escogido los escritores más codiciados del evento: José Emilio Pacheco, Margo Glantz, Jorge Volpi, etc. Sin embargo se realizó la escogencia y cada uno fue sorprendiéndose con las virtudes de su acompañado a quien pronto conocería.

Según el plan, a cada escritor se le recogía en el aeropuerto y era responsabilidad del equipo de acompañantes hacer que asistieran con puntualidad a los eventos programados por la organización. Pero decía mi abuela que ‘para uno malo hay otro más malo’, los mexicanos son algo más impuntuales que nosotros los colombianos, quizá por eso pueblos hermanos. Acompañé a Marco Antonio Campos, ensayista y poeta, traductor de Mallarmé y Baudelaire, profesor de la UNAM y por encima de todo viajero; de ahí que mi compañía haya sido digamos innecesaria pues el poeta viene todos los años a visitar Colombia, está lleno de amigos que lo llevan y lo traen y bien sabe defenderse en la ciudad. Aún así, seguir pasos de poeta es siempre edificante, por un par de semanas el poema se erige triunfal sobre el mundanal ruido. Brindando compañía a los mexicanos parece viable el oficio literario, se vislumbran senderos posibles que prometen incesantes tareas, una labor común; el caso mexicano y el escenario de la feria del libro aviva la fuerza de quienes elijen las letras como vehículo de expresión y trabajo, por ser un campo prometedor y con mucho potencial en nuestro país, aún cuando no sea un tema predilecto de nuestros dirigentes y el ámbito literario colombiano no esté precisamente en su mejor momento.

Vicente Quiriarte fue otro de los invitados de la delegación, director de la Biblioteca Nacional de México, quien a diferencia de Campos, es dueño de una poesía atrevida tanto pudorosa, arriesgada, con gusto. La figura de Campos hace pensar en el verano de papá Noel, lejos de navidad, sin barba ni rizos canos, eso sí con suficiente experiencia, muchos viajes, meses y meses en viejas ciudades: Arles, Islas griegas, Vancouver; ciudades en las que la poesía oficia como bitácora de viaje, allí deposita pausadamente el registro de las calles y de cómo el invierno pega en una y otra latitud. Quiriarte en cambio es dueño de un tono perspicaz, contundente como los buenos pegadores, y aún cuando sus letras son dignas de elogio, lo mejor de sus poemas es la musa.

Entre los escritores invitados hubo para todos los gustos: hombres, mujeres, académicos, politizados, algunos emocionados con la velocidad de lo virtual o preocupados por la escasez de agua en México, escritores de canciones de rock, hasta un precoz y distinguido escritor de 24 años de edad que atraía todas las miradas. Unos vinieron solos y otros acompañados, así Quiriarte, quien caminaba junto a una hermosa dama que sin sonrojarse ante los coqueteos declamados por su poeta, iba siempre a su lado sonriente y delicada. Las mujeres mayores confunden a veces la belleza con la apariencia de juventud, de ahí cremas y cirugías, pelos monos, párpados-pepino. Mientras el poeta leía sus fantasías, como descolgarse hasta la puerta del lado para espiar en silencio a su vecina imaginaria de quien inventa hermanos, abuelas, fobias y océanos de distancia; yo me dejaba llevar por esa marea y despacio arribaban mis ojos a las perfiladas piernas de la mujer del poeta, en su sonrisa pescaba y me comían las ballenas. Las palabras son el mayor combustible de la belleza, aún si no detenemos miradas en la calle, sin senos como magnolias, en la poesía encontramos la dosis de belleza, la felicidad portátil de esa música que sin conocer, sabemos que sabemos.

Improvisando una escapatoria al tedio, volví mis pasos hacia el vestíbulo del hotel donde el barullo era sofocante, ante mí la llegada incesante de personajes. Volví al arribar al Hotel buscaba con la mirada caras curiosas, un periodista o algo, al advertirme levanté las cejas en un acto reflejo, él pareció agradecerlo con un gesto similar. Quiriarte emprendía hacia el aeropuerto para su viaje de vuelta, se acercó cortésmente para despedirse, con él su mujer, con su mujer el rojo oscuro de unos zapatos. Hasta luego, y dijo mi nombre con seguridad apretándome la mano. Hasta luego Victor! Un placer conocerlo, le respondí. Volvió su mirada para repetir mi nombre con algo de enfado. Mientras se alejaban, su edecán me habló sin dejar de mirarlos: se llamaba Vicente. Pasó una feria más, pasaron los mexicanos, sus libros y sus pandemias; el tequila se fue cuello abajo, las miradas pierna arriba, la poesía junto al acantilado y un ambiente cultural bogotano que a veces duerme, pero también a veces despierta agitado y febril, dejándonos en su estela la resaca y la paciencia para seguir esperando, que aquí siguen sucediendo cosas.

Por: Mario Aguirre

Agosto 2009

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