sábado, 14 de julio de 2007

El Albergue

Después de dispararle al rostro, el cuerpo de Juan se desplomó rápidamente contra el escritorio dejando escapar un delgado hilo de sangre sobre la hoja que minutos antes había desprendido de un cuadernillo. El salón del albergue que guarecía el cuerpo solo conocía una mesa y una butaca con un cojín almidonado que de cuando en cuando permitía a los cuerpos helarse por la ausencia de puertas. Pablo entre tanto sale descansado. Disparar al rostro de Juan era algo más que un impulso, para él había sido una acción metódica, nada diferente a un asesinato. Al abandonar el albergue comienza a recoger uno a uno los pasos que había dejado desde la mañana. Un bar es el primer sitio por el que deambula, luego una biblioteca, una tienda, dos vueltas a un parque, tres licoreras y la casa de Alejandra. Vuelve al albergue y sólo pasan quince segundos, que lo embullen en solo apariencia de los días monótonos sin sentido.

No iba a sospechar Juan que ese día quince horas después de abrir los ojos los cerraría de manera tan definitiva. Al levantarse se había vestido rutinario. Salió y caminó hasta la casa de ella. Allí le hizo el amor hasta que su cuerpo expiró como un conjunto de fluidos. Hubo un altercado y partió en busca de whiskey, vodka y ron. Los mezcló, los tomó y se dejó descansar sobre el pasto observando palomas, tal vez gaviotas, y un niño que resbalaba por entre un tobogán. El efecto comenzó a declinar. El alcohol transpirado gritaba cigarrillos así que Juan compró unos lucky y fumó buscando leer carteles, afiches y libros. Cansado por el atardecer que le pesaba en la espalda escudriñó en el espacio y encontró sillas, cervezas y personas. Luego volvió al albergue, se introdujo en el salón, se sentó sobre el butaco, arrancó una hoja del cuadernillo que reposaba en la mesa, escribió un par de palabras y agarró la pistola apuntándose al rostro.

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