sábado, 14 de julio de 2007

Sin Defensa

…su indiscutible propensión a la poesía, su árbol que le crece por la boca, con raíces enredadas en el cielo, el nos representa ante el mundo, con su sensibilidad dolorosa como un parto*. Fue lo último que leyó entre paso y paso dirigiéndose a la salida, trastabillando un poco por la resaca que tenía aún de las horas anteriores. Al salir a la calle una fuerte desolación lo comenzó a envolver helándole todos sus huesos, y de pronto entendió por que había entrado a refugiarse en la casa. Después de todo era oriundo de la costa y el frío de la capital nunca era buen consejero para pasar la rasca.

Estando en la calle trece, observó el suelo asfaltado que lleno de basura de colores le recordaban su Cartagena querida y su Cereté de infancia, cuando de pronto unas pequeñas gotas lo abstrajeron de los recuerdos y volvió a verse en la capital. La lluvia comenzó a acelerarse y las gotas se hicieron cada vez más pesadas amenazando con un gran diluvio. Igual decidió no volver a entrar a la casa. Ya le había bastado con las palabras que minutos antes buscando entre sus libros descubrió para guarecerse. Se sentó sobre el andén y de repente observó justo frente a él un callejón de casas con muchos colores que parecían esconderse entre todas las casas de tipo colonial que sobre el sector existían, extasiado allí su vista empezó a entorpecerse por la gente que corría de un lado para otro sin quererse mojar, se le parecían ratas que cuando la luz las baña corren a cualquier madriguera a esconderse, eso eran esas personas allí, las que caminaban de lado a lado, torpes, levantando los pies para evitar pisar un charco o mojarse los pies.

Eran tantas las ratas que decidió levantarse y cruzar la calle para poder observar mejor el callejón desde la reja, una reja verde que tenía como tres metros de altura adornadas ornamentalmente con curvas y flores que disimulaban la idea de cárcel, de no pasar, eres un loco de la calle y tu sitio es allá y el mío es acá. Él cada vez más cerca de las rejas observando extasiado los colores de las casas, y los colores cada vez más distanciados, los azules con los amarillos al lado del césped, el rojo sangre junto al verde campo, todos cada vez más oscuros bañados por el torrente de agua que recorría palmo a palmo sus paredes, las de las casas que planeadamente dibujaban el callejón.

De pronto sintió la mirada de alguno de los habitantes del paraíso que lo observaban desde su balcón, y se sintió vulnerable, todos sus libros, todas sus obras como director o actor y ahora el papel de habitante de la calle que lo limitaba y le recordaba que estaba en una prisión llamada ciudad y que el espacio público era eso, una cárcel, y que solo ese callejón era el otro mundo, eran las visitan conyugales, la libertad condicional, solo en lo privado era él con sus ganas de entrar al callejón, el mismo niño del pueblo de las puertas abiertas, una añoranza nostálgica que lo empezaba a enloquecer cada vez más.

Sin pensarlo siquiera un momento empezó a escalar la reja, tenía que estar del otro lado, palpar con sus manos los colores, y olvidando la lluvia trepo cada vez más alto usando las curvas y las flores como un animal, para apoyarse y llegar más alto, y empezó a sentir que la reja de tres ahora era de cuatro y cinco metros, que las ratas ya no eran lo otros sino él, que con su sucia ropa y olor a boxer, era una minúscula rata tratando de escalar un muro imposible y que del otro lado no había más que otra madriguera que lo esperaba con los brazos abiertos para no dejarlo bañar de la luz.

En ese momento los ojos del paraíso que se asomaban por la ventana decidieron llamar a la policía, para no dejarlo pasar, para evitar la fuga. De pronto colores azules y rojos, una sirena sin agua, rojos y azules, miradas a la rata escaladora, rojos y azules preámbulo del verde. La policía llegaba y la rata con ropa sucia olor a boxer que escalaba más rápido para no caer entre el pasto de macanas.

- El civil bajándose de ahí – una voz aguda. Y los brazos como patas para no caer, aferrándose con fuerza. Nuevamente la misma voz con la sentencia. Mejor a las buenas que a las malas. Y la rata olor a boxer con más ganas, luego del primer paso, no queda más que llegar hasta el final sin medir consecuencias, sin pensar en el futuro. Solo él convertido en rata por los demás así como lo había hecho minutos antes.

La gente. La calle con basura. Él y los verdes. Caída al vacío. El futuro, ahora presente. Golpe a las costillas, levantarse. Otro golpe, esta vez a la cara. La reja otra vez de tres metros, las paredes oscuras sin color. Vamos a la UPJ y el recuerdo del inicio de lo que leyó durante su entrada a la cárcel…Antes de devorarle su entraña pensativa, antes de ofenderlo de gesto y palabra, antes de derribarlo, valorad al loco*.
*Raul Goméz Jattin

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