miércoles, 15 de junio de 2011

El Rito

Apenas si se hace abre el ascensor y aparecen dos figurones desprolijos, jefes, motivadores, familia y negreros, en el quinto que encierra el treinta. Una oficina de diez más veinte, frente por fondo. Y justo al fondo pequeños cubículos de blanco añejado, sucios. Se encuentran atravesados por el tiempo y por las cientos de voces que repiten nombres que al mencionarlos una y otra vez terminan desgastándose. Mirna. Miximina. Yanina. Vocablos vario pintos. Se encontrará la señora Modesta, susurra una vos cerca a la única ventana. Hola soy la señora Modestia responde una vos medio dicharachera, al otro lado del auricular donde Buenos Aires se enfría y cubre sus suelos de hojas muertas color amarillo.

Es un asunto de hacerles caer (nunca se explica bien quien es el que cae) en la cuenta de la ventaja que les estamos ofreciendo. Siempre pensando en positivo. Nos dicen: pero si yo no tengo tarjeta; ustedes dicen: por eso, esta es la oportunidad para su primera tarjeta. Ahora bien si les dicen: ya tengo dos, tres y hasta cuatro tarjetas; no importa: no sabe usted lo importante que es para su vida crediticia contar con tan buen crédito. Crediticia es tal vez una palabra que rima con ficticia.

El salón reboza de fuertes olores de culos sudados, axilas que no se despegan y uno que otro tufo de alguna comida fuerte de la hora del almuerzo. Las voces siguen yendo y viniendo. Lenguajes y tonadas se mezclan y hacen una suerte de telemarketing lunfardo. Palabras como cuatriplicado y quintuplicado se hacen reales a cada repetición y auditoria se vuelve verbo en los pocos instantes en los que se permite levantarse de los habitáculos.

Luego de tres horas viene un corto receso donde el pequeño grupo de parlantes humedecen sus gargantas y llenan sus bocas con nuevos resabios que aromatizarán el resto de la jornada de trabajo esta vez más corta. Uno de los figurones sabido del ambiente que emanan las bocas intenta inútilmente sazonarlos con dulces ordinarios que se mezclan entre salivas o babas (depende de la decencia que se pretenda) produciendo calzas momentáneas que entre los intervalos de una marcación y otra se convierten en divertimento de lenguas y dedos, formas de matar el tiempo hasta que llega el minuto final donde los exhaustos parlantes abandonan su madriguera y maldicen a regañadientes por tener que repetir exactamente el mismo rito al día siguiente.

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